viernes, junio 30, 2006

Santos Urbanos

Santos Urbanos


La matanza de perros ocurrida en La Moneda en la madrugada del fatídico 11 de marzo, en la que una treintena de canes, debidamente identificados, fueron capturados, aniquilados y hechos desaparecer tuvo elevadas razones estéticas. Ese día, en la tarde, debía llevarse a efecto la puesta en escena del cambio de mando, del ingreso a la casa de gobierno y los diseñadores del montaje requerían la pulcritud de una imagen minimalista: una dama de blanco, un grupo de niños con la banda presidencial al pecho, bellos y amplios jardines colgantes y, de fondo, el palacio.

Como en un cuento de hadas, todo salió perfecto. La música, las palmas, los efectos especiales. Hasta que, como en los primeros días de la dictadura, empezaron a llegar las noticias inquietante, perturbadoras: Pituto, Pintita, Mario, Shakira, Isabelino y Matón, entre otros, habían desaparecido para asegurar las tomas limpias, higienizadas; mientras que Rucio y varios más lograron sortear la encerrona con la ayuda, vaya paradoja, de la propia policía.

¿Cuál es el límite de la belleza? ¿Cuál es el costo de la fantasía? Esa es la pregunta que deberán contestar los teóricos de la escena, los encumbrados directores teatrales que, Fondares mediantes, están dispuestos a ensangrentar su currículo por unos tragos largos en la comparsa del poder. Allá ellos, la historia los juzgará.

Yo por mi parte me remitiré a contestar como siempre lo he hecho, desde la calle, con la ética y estética de los anónimos, de los borrados, pues finalmente la mancha ya tiene ganado un lugar en la historia del arte, una historia que sabe de persecuciones y sacrificios, de purgas y limpiezas.

“Santos urbanos” es el nombre de la obra que he presentado en los últimos días a la ciudad. Son animitas de latón que contienen una foto de cada kiltro que desapareció. Iluminados por velas, estos pequeños altares llevan también escrito en stencil la memorable frase “en este sitio cayó”, para dar cuenta del territorio de fuga del alma en pena. Se trata de accionar pequeñas intervenciones urbanas en distintos puntos del centro de Santiago, como la Plaza de Armas, la Catedral, La Moneda, la Plaza de la Constitución, entre otros emplazamientos. Con este breve gesto no pretendo otra cosa que rendir un merecido tributo a quienes formaron parte del paisaje y fueron exterminados en tétricas circunstancias paritarias.

El Estado nuevamente está contra los más débiles y la barbarie se desata sobre los sin voz. Claro, el paisaje es inmundo y no agoniza precisamente por la beatitud de los perros, sino por la desafortunada noción del homo sapiens.

Antonio Becerro

Marzo 2006


1 comentario:

Anónimo dijo...

me sumo al duelo de los canes chilensis, Chilito muestra su carita bien facha...da asco
revolucion animal!