martes, enero 15, 2008

“Doy placer a la gente y soy feliz cuando ellos obtienen placer”

Jean-Luc Courcoult,
el desbordante director de la compañía de teatro francesa Royal de Luxe

“Esto es poesía pura, el amor a la gente, contra el racismo, contra las ideas cerradas, contra los seres egoístas que sólo quieren plata para sí mismos”, dice el creador de “La pequeña gigante”, que hace un año revolucionó las calles de Santiago.

Por Antonio Becerro
Fotografía: Andrés Gachón

“La apropiación del espacio público es un derecho del arte. La calle es el lugar donde se encuentra la gente. En la calle están todas las capas sociales, de distintas edades y colores. En ese sentido, encontrar y conocer a la gente es un hecho político”.



En cuatro oportunidades previas había compartido circunstancias con Jean-Luc Courcoult, el creador de la compañía francesa Royal de Luxe, que hace un año revolucionó Santiago con “La pequeña gigante”. La primera vez (2000), después de ver “Petits contes nègres titre provisoire”, La Patogallina organizó una cena en el Centro Experimental Perrera Arte y, en una larga mesa, en completa confusión de lenguas, nos servimos humitas, ensalada a la chilena, choclos cocidos, pebre, marraquetas y mucho vino. Ese día, Courcoult montó una vieja lámpara que estaba ahí como si se tratase de una yegua chúcara.

La segunda vez fue en 2004, cuando Courcoult dirigió a La Gran Reineta a un costado de la misma Perrera Arte. Se trataba de una sesión fotográfica para la fotonovela de la obra “Roman photo”, en la que una pareja salía volando por el parabrisas de un Fiat 600 en llamas. Pocas horas después, en el tercer encuentro, este maestro francés perseguía como un niño a las jóvenes actrices por arriba y debajo de las mesas.

La cuarta vez fue hace sólo unas semanas, a propósito de una recepción que organizó el Instituto Chileno Francés de Cultura para dar la bienvenida a este desbordante creador. Todo estuvo muy bien y, después que Courcoult se diera un refrescante chapuzón a poto pelao en la piscina de la embajada, me acerque a solicitarle una hora para esta conversación.

“No tengo tiempo y no doy entrevistas”, respondió Courcoult, quien sólo accedió a dialogar, un par de días después, en el hospital San José, tras confirmar que yo no era un periodista profesional, sino un artista visual que cabalga en la taxidermia.

-¿Por qué insistes en volver a Chile?

-Bueno, que esto no era una conversación. ¿Dónde están las cervezas?-, replica entre risas Courcoult, apuntando al arsenal de cámaras, grabadores y papeles que cargo.

-Tenía entendido que lo tuyo era el pisco sour.

-Ahora casi no bebo pisco sour. Cambio, tengo períodos, no siempre tomo lo mismo. Respondiendo tu pregunta, cuando vine a montar el primer espectáculo de “Roman photo”, me enamoré del pueblo del chileno. Me gusta el corazón de la gente, su simplicidad, su ternura. Hay tipos malos, como en cualquier sitio, pero he conocido gente muy dulce y buena. Aquí me siento a gusto, cómodo, no es comparable con otros países que he podido visitar.

-Qué extraño, desde acá se ve todo lo contrario. En Chile se estila hundir y ningunear al otro hasta verlo tirado.

-Ese es un problema de los chilenos. Yo soy francés.

-¿La Gran Reineta es una apuesta paralela a la Royal de Luxe?

-Al principio existió la idea de ayudar a una compañía chilena y hacer teatro de calle. Hoy, ya estamos con un segundo espectáculo y no sé si habrá un tercero. Quizás lo monten ellos solos, sin mí.

-¿Cómo se llama la nueva obra?

-Aún no existe título y tampoco tiene final (risas). Estamos en plena creación.

-El teatro callejero que tú realizas se inscribe como un hecho artístico, social, político e histórico. ¿La apropiación del espacio público es un derecho para el arte o sólo otro modo de experimentar la obra?

-Es un derecho. Es una forma distinta de entender y de llegar a comprender la importancia del arte. La calle es el lugar donde se encuentra la gente. En la calle están todas las capas sociales, de distintas edades y colores. En ese sentido, encontrar y conocer a la gente es un hecho político.

-¿Cómo se manejan en el tema del financiamiento? Hoy existen dos corrientes muy marcadas: por un lado está el Estado, que permite al creador sustentar sus obras, pero con ciertos límites morales y políticos, y, por otro, los privados, que apoyan al artista en función de su inscripción y exclusividad en el mercado.

-Tenemos auspiciadores que nos dejan hacer lo que queramos montar. Sólo exigen que pongamos su nombre en asociación a la creación. Pero no me piden que haga algo en particular, ni tampoco me ponen limites. Tenemos libertad total.

-¿Por qué haces teatro gratuito?

-Porque hago teatro popular. Pretendo llegar a tocar a todo el mundo, pero, por lo que he conocido en mis viajes, tengo claro que mucha gente no tiene dinero. Cuando haces teatro pagado, sólo una parte de la población asiste, porque simplemente hay que pagar las entradas. Y si tienes toda una familia, al final acaba siendo caro y prohibitivo.

-¿Has tenido conflicto con los festivales de teatro cuando hay un costo para el público?

-No, porque simplemente no voy. Es un principio, no actúo. Así no hay espectáculo. Hubo muchas tentativas para convencerme. Antes todo el mundo me llamaba, pero ahora los que lo intentaron ya saben que diré no.

-¿Siempre ha sido gratis?

-Durante cuatro años estuvimos actuando en la calle y pidiendo dinero voluntario a la gente. Y seguimos así: nunca en mi vida he hecho un espectáculo en que se cobre a la gente. Lo que es complicado también, porque hay que encontrar la plata, los financiamientos.

-“La pequeña gigante” fue todo un acontecimiento para Santiago, pero yo me enamoré de verdad de la muñeca. Tanto así, que realicé dos obras en vídeo a partir de su belleza. Hice una performance en la terraza del Cine Arte Alameda para declararle mi amor; allí le tiré mi corazón.

-(Ríe) Te creo.

-¿De dónde proviene el rostro de la muñeca?

-Es como una mezcla de algo asiático y europeo.

-Es preciosa. Para mí que no sólo vino a buscar al rinoceronte, sino que a llevarse el espíritu de Pinochet, que aún rondaba por Chile en ese tiempo. Fue una especie de justiciera, porque de pasadita nos advirtió sobre el desastre del Transantiago. Ahí vimos destruidas nuestras últimas micros amarillas.

-Eso no puedo decirlo yo, lo tienen que afirmar ustedes, los chilenos.

-¿De dónde nace esta épica heroína: de un libro, de alguna epopeya griega?

-Yo cuento historias a ciudades enteras a través de los espectáculos. Me inventé el concepto de los gigantes, que vuelven cada dos o tres años con relatos distintos. Son como una saga de una serie. Al comienzo, fue el primer gigante; luego, su hijo, que era negro. Es un invento mío. Un concepto distinto de otros espectáculos que hago. Es contar una historia a través del tiempo. Cuando vuelva con “La pequeña gigante” acá igual habrán pasado ya tres años. Seguro que cuando aparezca será como la continuación de una historia. Esto es así desde que empecé con los gigantes. Niños de siete años, los que ahora rondan los veinte años, tendrán hijos propios que irán a ver mis espectáculos. Es una forma de teatro mitológico popular.

-A pesar de su alucinante caminar por la capital, a una parte de la sociedad chilena le atormentó el costo de la producción.

-Esto es menos caro que un tanque, un avión o una guerra. A través de los impuestos, hay que redistribuir bien el dinero y permitir la expresión popular. Alguna gente critica cuando es cultura y se queda callada cuando son gastos militares. Es un poco extraño eso.

-¿Qué hacen con esas obras después de finalizar las giras?

-Todos los elementos de las obras se almacenan y conservan en el espacio que tiene la compañía en Wessanen, en la ciudad de Nantes, a un costado del río Loira. Es una ex fábrica que la alcaldía entregó en comodato para poder trabajar y crear. Lo impresionante de caminar por Wessanen es que uno se siente como un liliput, porque a un costado encuentras la cabeza del gran gigante y, al otro, su chaqueta que cuelga desde 12 metros de altura. Sigues más allá y están el elefante, las jirafas, los tenedores. Es realmente un universo aparte.

-¿Cuál es la poética de la Royal de Luxe?

-La de la poesía pura, el amor a la gente, contra el racismo, contra las ideas cerradas, contra los seres egoístas que sólo quieren plata para sí mismos.

-A la hora del montaje, ¿existe para la Royal una diferencia entre la basura y los desechos urbanos?

-No, la compañía no se plantea esta pregunta, más bien utiliza todo lo que le pueda servir al momento de una creación, pero evidentemente que son cosas nuevas y viejas también. Una de las claves de la compañía es el realismo: acá en Chile, por ejemplo, se utilizaron verdaderos paraderos de micros, los que fueron impactados por el rinoceronte. Quizás después pueden parecer desechos urbanos, pero ojo que se utilizó un paradero en buen estado y luego se fue deformando a la manera de un accidente causado por un rinoceronte.

-¿Cuál es la clave para que un grupo de personas llegue a convertirse en un colectivo cohesionado de arte profesional?

-Es muy importante que los actores también sean técnicos. Profesionales que hagan otras cosas, que no sea sólo una corriente en la actuación. Cuando una compañía quiere hacer teatro popular, también es bueno que en esa misma compañía haya una representación de lo popular, que son las clases sociales. Hay que tener respeto por el otro y responsabilidad con la trayectoria.

-¿Esperas algún retorno de toda esta experiencia callejera?

-No, soy como un niño. Doy placer a la gente y soy feliz cuando ellos obtienen placer. El placer de la gente me llena para hacer otras cosas. Me nutro de ese placer. Se trata de algo muy sencillo.

-La ganancia es la felicidad del otro.

-Y con esa ganancia armo nuevas obras. Mi último espectáculo, por ejemplo, se llama “La revolución de los maniquíes”. Trata de maniquíes que se hartaron de ser explotados. Estos se revolucionan, pero no se mueven, están como maniquíes. Pero sí se pueden arrancar la ropa y atravesar las vitrinas. Desaparecen por los techos. El conjunto del espectáculo son sueños y pesadillas. Cada escena es muy distinta de la otra. Montamos durante la noche y cada día vamos cambiando las situaciones en los escaparates.



-En Chile, a la hora de festejar con todo y sin reservas, hay un dicho popular que dice: “Vamos a tirar la casa por la ventana”. Esto lo relaciono con el trabajo de la Royal en que se tiraban pianos con catapultas, que es como el desborde del delirio en la poesía visual.

-Eso fue para final de un espectáculo que se llamó “Le péplum”. Allí había una catapulta que tiraba el piano que transportaba la última nota musical de la obra.

-¿Cuál es la responsabilidad del artista en estas sociedades modernas?

-Depende del artista, pero para mí el artista forma parte del corazón y del habla del país. Si un país no tiene cultura, no tiene identidad. Entonces, el artista representa un trozo de la identidad del país.

-¿Pero cómo se sustenta y reinventa un joven creador en estos modelos “democráticos”, donde la televisión es la cultura y la identidad?

-Es una lucha. Yo les diría que sigan, que sigan. Que arranquen todo, que continúen y remen, que remen felices con lo que hacen. Eso es lo que hay que hacer en cada comienzo. Cuando nosotros decidimos sólo hacer teatro, también llegaba el momento de la vida difícil, no teníamos para comer y pedíamos plata en la calle. Cada artista tiene que estar apasionado.

-Y tener talento.

-Por supuesto. La combinación perfecta entre ambas cosas puede dar forma un artista con entereza en cualquier circunstancia.

-Violeta Parra, por ejemplo.

-Sí, he visto sus cuadros y he escuchado sus conciertos. Es formidable.

-¿Montarías un espectáculo con una Violeta gigante?

-No, no es mi cultura, no soy chileno. Estoy encantado de leer, ver y entender la cultura de la historia de Chile, pero no me atrevería, porque la vería a través de un ojo extranjero. Y me da mucho miedo decepcionar el espíritu de Violeta. Tengo demasiado respeto hacia los creadores y la gente. No me siento capaz. Para mí, no es posible hacer algo así. Si yo intento meterme, ustedes no entenderían nada (risas).

-¿Qué porcentaje de la Royal de Luxe es Jean-Luc Courcoult?

-No, existe la Royal de Luxe y yo. Y también la compañía que sin mí no existe, porque yo doy el fondo político y poético. Doy las direcciones y todas las imágenes que se han creado hasta ahora provienen de mí.

-¿Pero la Royal es la que hace posible esas creaciones?

-Sí, claro. Yo le dijo a mi gente: “Háganme esto”. Por eso sostengo que soy yo y mi compañía. La dirección de una compañía permite evitar los conflictos dentro de ella. Siempre hay muchos conflictos dentro de una compañía, pero alguien tiene que estar para decir: “Paren”. Hay que tener cierta responsabilidad y cierto poder para eso. Pero un poder para la creación, no para existir.

-Volviendo un poco al efecto de la pequeña gigante. Los chilenos han demostrado que prenden de inmediato cuando una obra de arte se realiza en el espacio publico. Hay tienes la acción fotográfica de spenser tunic que fue mas un suceso antropológico que la misma fotografía.

- Como te dije en un comienzo los chilenos tienen esa simplicidad, esa naturalidad.

-cuando termine la tercera parte del video de mi enamorada la muñeka te la hago llegar.

- La espero. Muchas gracias.