martes, junio 30, 2009

La Medusa del Mapocho





Sobre “La Medusa del Mapocho”

Breve reflexión sobre su elección simbólico política

Samuel Toro C.

Latinoamérica, desde la lectura del arte, en relación a la precariedad, ha elaborado procesos de denuncias significantes, hasta formas de apropiación y aprovechamiento de los discursos victimizantes. En Chile conocemos bien las variadas formas de hacer lenguaje en relación a la precariedad, sobre todo con ciertos rigores metodológicos desde la segunda mitad de la década de los 80. La politización del arte, o el arte politizado en Chile, se da con importantes diferencias comparado con las vanguardias históricas, pero es desde éstas que se inspira y de las que nutre el principio referencial que converge en nuestros días con lineamientos institucionales. Es decir, el cuestionamiento político de varias décadas atrás hoy es una simbología que estructura parte del hacer artístico visual desde las superficies del discurso, desde las relaciones simbólicas convenientes o estratégicas. Hubo un cambio, o un movimiento, desde el contenido hacia la forma.
De alguna manera, las propuestas emplazativas que ha realizado Antonio Becerro en el ciclo de “acciones de arte público y social”, no se insertan en la lógica de movilidad histórica de la política en el arte en Chile.

El intento, en este caso, es menos formulativo que visceral; la puesta en cuestión ni siquiera pasa por las referencias de ausencia y precariedad reflexionadas por las escenas ochenteras y del principio de los noventa. En cambio, desplaza la propia ambigüedad de molestias iconográficas “bizarras” del resultado de la autorreferencialidad política en el andar: la cotidianidad.

La acción (instalación) que cierra el ciclo de acciones tiene el nombre “La Medusa del Mapocho”, la cual es una representación de la clásica pintura de Géricault “La balsa de la Medusa”, de 1819. Hay varios aspectos a considerar aquí: el contexto en que el autor francés del siglo XIX pinta la gigantesca obra estaba empapado de intento de consagración, esto en base a la tragedia en la que se basaba la pintura y que fue el hundimiento del barco francés “La Medusa”, en 1816, y en donde murieron más de 130 personas por el sólo hecho de salvar a los pasajeros que pertenecían a las clases más pudientes, pues, a falta de botes salvavidas, la población de pasajeros más pobres se encontraba en una balsa de madera hechiza que se fabricó en el momento, la cual amarraron a los botes salvavidas, los que luego cortaron las amarras por tener dificultades para arrastrar la enorme y pesada balsa. Becerro emplaza esta representación en el río Mapocho, en la zona donde se encuentra la toma de la asociación Andha Chile a Luchar con los deudores habitacionales, quienes se encuentran acampando en el lugar como forma de protesta a las débiles políticas chilenas en esta materia. Aquí podríamos entrar en la también recurrente situación del problema de la habitabilidad desde diferentes cruces y desde el principio de la misma precariedad, sin embargo a Becerro no le compete la habitabilidad directa en la acción, sino la precariedad radical desde la base de la escatología que es el río mismo, el cual es el desagüe que cruza gran parte de Santiago.

La estructura piramidal de la clásica pintura de Géricault es una estructura de esperanza, pero de esperanza romántica, simbólica: la gran luz lejana del “alcanzar” enfrentada a la tragedia cercana de lo acontecido y de lo cercanamente por venir. ¿En la acción de Becerro nos encontraríamos con una línea de relación literal de la falencia anacrónica de un tipo de naufragio social? Y si así fuera ¿que depara a las subjetividades de una futura posible construcción posterior al daño de las personas que acampan a las orillas de un río escatológico? Esto es pregunta en relación al destino simbolista del siglo XIX que fragiliza y dramatiza la luz de esperanza que se ve en el horizonte para ser rescatados quienes han sido abandonados por sus propios “explotadores”. Abandono, canibalismo, esperanza de rescate. Esto lee a una ironía de imaginario psicosocial abrupta; palestra teátrica de un contexto chilensis de descalce global y de descalce moderno (por lo menos en la intención histérica).

La inestabilidad estructural con respecto a las decisiones de las personas acampando en el Mapocho, que se apropia Becerro, puede abarcarse desde la propia automutilación simbólica de quienes eligen un contenido visceral de protesta, de quienes en la performance de evidencia precarizante ponen una cuenta regresiva “natural” con cronómetro inverso a la acción (pues “siempre” lloverá en estas ciudades). La fragilidad estructural, en este caso, puede ser coherente con la institucional, pero más importante aquí, desde la lectura “instalativa, es la fragilidad chilensis anacrónica esperanzada en aguas “enmierdadas”.


ZONA CERO

sábado, junio 27, 2009

La Tierra Prometida



Aquí cayeron

Tercera revelación: “La tierra prometida, bicentenario 2010”

La tercera revelación es una acción urbana en efecto específico como arte actual a propósito de la instalación de la Agrupación Nacional de Deudores Habitacionales (Andha-Chile) en el lecho norte del río Mapocho, bajo el puente Pío Nono.

Esta obra visual se emplaza en la costura de la taxidermia social y evidencia las texturas del parche en la arquitectura de la pobreza como ejercicio de identidad. Apunta la mirada donde los otros la esquivan y pone en tensión las estéticas de expansión de la propiedad en el desamparo del modelito actual.

Como tal, critica el territorio oscuro que se ejerce desde el poder y sus instituciones. No sólo en lo que dice relación a “un techo para Chile”, sino a la experiencia colectiva con el otro. Incluso con el imaginario ajeno.

Todo hombre siente la necesidad de tener su espacio físico, porque éste también resulta ser mental. El territorio es la tierra, el metro cuadrado, que nos pertenece por nacimiento, uso o usurpación. La dialéctica entre conciencia y territorio genera la salud o enfermedad mental, ámbito de desplazamiento de la locura, las metáforas y la poesía.

El Estado y el capital no han resuelto sus propias fantasías; se encuentran atrapados en la tríada de burocracia, lucro y castigo. La fractura es telúrica: niega la naturaleza y la posibilidad del paisaje, la ilusión de fundirse en el todo. Hay un drama como pueblo. Un chileno sin espacio no sueña y, por lo tanto, se debilita, se agota, no ama, no eyacula, no piensa, no cree, no actúa, es un pobre piojento. Esto es un problema de seguridad nacional, un asunto que no se resuelve con los F-16.

La asfixia se transmite a todo, incluido el arte y sus trienales de emergencia. Chile perdió el norte poético, su último y reconocido arsenal.

La instalación de Andha-Chile es la obra del año porque pone en el centro, en el camino de los turistas y de los estudiantes de las universidades de cartón, cota Marmicoc, las tensiones visuales de una sociedad segregada, estacionada en el fragmento, en el cauce de un río trágico, en el que, contradiciendo incluso a Heráclito, nos bañamos desde siempre.

Entonces, ¿quién podrá defendernos?: el Chapulín Colorado.

“La tierra prometida” funciona aquí como una plegaria, un canto a la Virgen mezquina y a Dios, el padre ausente.

Señor, ¿por qué nos diste esta tierra y nos la niegas?

Señor, ¿dónde están mis cosas? ¿Mi cama, mi mesa, mi techo?

¿Qué tipo de animal nos miente? ¿Acaso no somos hijos de la patria también? ¿Cuál es la jerarquía de tu mirada? ¿Por qué perico de los palotes y nosotros no?

Tenemos frío y asco en este río sucio, lleno de guarenes.

Respóndeme, buen Dios. No me dejes caer en este torrente de silencio y muerte, en este desagüe del meadero de Chile.

Antonio Becerro

Artista visual

Autista y removedor cultural




lunes, junio 15, 2009

Esto es lo que fasa